Hacemos lo que no queremos por una muy buena excusa, que suele confundirse con razón.
Hacemos lo que no queremos por miedo al rechazo, a que nos critiquen o nos pongan cara rara.
Hacemos lo que no queremos por vergüenza, timidez o simplemente porque no sabemos decir que no.
Pero lo cierto es que hacemos lo que no queremos muchas veces por sentir que no estamos a la altura de hacer las cosas que verdaderamente queremos.
Entonces dejamos que lo que no queremos nos aleje del camino que sí queremos.
Miedo, rechazo, vergüenza, baja autoestima. Las infinitas formas de una ansiedad incómoda, pero no lo suficientemente incómoda como para quejarnos en voz alta. Y a la que aliviamos haciendo lo que no queremos.
Ese alivio que sentís al hacer lo que no querés no es alivio. Es engaño.
¿Qué es peor? ¿La incomodidad de tener que tomar una decisión con propósito o las marcas que le quedan a una existencia que vive al costado de lo que desea?
Una salvedad: muchas veces hacemos lo que no queremos por un bien superior o posterior. Eso es sacrificio, y ante eso me saco el sombrero. Pero lamentablemente no siempre es el caso…